¿Cómo se sentían los apóstoles con la muerte de Jesús ?
- @pjsfxela
- 11 abr 2020
- 3 Min. de lectura
Sábado Santo 2020
No hay liturgia de la palabra que comentar porque en el sábado santo no hay ninguna celebración prevista, salvo la liturgia de las horas: el cuerpo del Señor descansa en el sepulcro, sellado con una gran piedra y custodiado por soldados romanos armados con pilum.
Los apóstoles siguen en shock, dispersos, porque ninguno de ellos vive en Jerusalén y no tienen casa. Son malos días para permanecer demasiado tiempo con familiares o conocidos locales: conlleva un peligro porque oficialmente Jesús de Nazaret ya es un ajusticiado y, por ende, sus seguidores están proscritos. Demasiado tiempo con tus familiares puede acabar en una denuncia de tu cuñado. Poco a poco, los apóstoles han ido apareciendo en el único punto de reunión que se les ocurre para estar seguros, y a cuyo dueño conocen porque amaba al Maestro: el cenáculo.
Pedro es el último en llegar y al que más le ha costado tomar la decisión. Forzado por las circunstancias entra completamente obligado al fatídico “meeting point” donde dos noches antes había confesado públicamente que iba a ser fiel al Señor.
Uno de ellos trae la noticia de la suerte de Judas. No se miran apenas entre ellos: no se pueden mirar. Hoy, nada de salir, y mucho menos ir al templo: están confinados en el cenáculo, que al mismo tiempo se convierte en su cárcel y peor pesadilla por la memoria de la última cena, como le pasa a Pedro; pero es eso o arriesgarse a ser detenidos o incluso ejecutados.
Intentan recogerse porque necesitan al menos un poco de tranquilidad, pero cualquier ruido les altera, justo hoy, que no es un día ni mucho menos tranquilo en Jerusalén: miles de peregrinos llegados desde todos los territorios de Israel colapsan las calles de Jerusalén para la celebración de la fiesta más grande del año, la Pascua. Peor, imposible.
Las patrullas de romanos redoblan sus esfuerzos por intentar evitar altercados en medio de una población que les odia a muerte. Y justo ayer fue ejecutado el mayor alborotador del momento, al menos el que más les hacía estar hipertensos a escribas, fariseos y saduceos, que son a la postre los directores del gran concierto de la opinión pública. Brindan por la victoria que han alcanzado al quitarse al personaje más molesto.
Para encontrar la paz, tampoco parece que podamos encontrarla en el mismo sepulcro. Cerca de él se encuentra uno de los caminos de acceso a Jerusalén y, por lo tanto, también con jaleo de peregrinos y vigilancia imperial. Los romanos no crucificaban a los reos en cualquier lugar: fruto de una mente profundamente práctica, se cuidaban muy mucho de publicitar lo más posible la terrible condena romana de la crucifixión, diseñada quirúrgicamente para infligir el dolor más intenso durante el mayor tiempo posible.
Colocar a los crucificados en lugares especialmente públicos y visibles era el mejor cartel publicitario para disuadir a los revolucionarios, ladrones y maleantes, garantizando así la “pax romana”. ¡Qué astutos!
Estas pinceladas, fruto de la imaginación, bien pueden acercarse a lo que sucedió realmente aquél inolvidable día de Pascua en Jerusalén. Con lo dicho hasta ahora, el sábado santo se ha convertido en un día excesivamente bullicioso, molesto para quienes desean recomponerse del palo del Viernes Santo.
Pero nos queda un sitio para recuperar la paz interior: permanecer con María, la Madre de Jesús. También ella tiene el mal cuerpo que se le quedaría a cualquier madre tras asistir a la injusta ejecución de un hijo, sumando a ello todas las circunstancias posibles. Pero su corazón no se ha hundido: está firme porque alberga la esperanza. Dios no da puntada sin hilo, aunque seguirlo hasta el calvario para ese sacrificio voluntario le haya roto el alma. También ella ha meditado, como su hijo amado, los cánticos del siervo y ahora, a toro pasado, lo ve con más claridad: el sacrificio de su Hijo libera a la humanidad, lleva a cabo la redención y es el germen de la nueva creación. Su hijo se ha convertido en el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
María no se hunde: está cansada, agotada física y anímicamente, pero su espíritu es fuerte porque confía en el Señor. Y lo que Él ha prometido, eso va a realizar… ¡en apenas unas horas!


Sofía Cifuentes Coutiño
Sofía es coordinadora de Pastoral Juvenil en la parroquia Sagrada Familia, es editora y cocreadora de este blog.
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